Corrientes angosta
Muchos consideran a la calle Corrientes como la espina dorsal de la noche porteña. Por eso, no es de extrañar que, ya desde el comienzo de la Guardia Nueva, fuese un tema recurrente en las letras de Tango. Por ejemplo, el famoso «A media luz» escrito por el uruguayo Carlos Lenzi en 1924,
Corrientes 3, 4, 8,
segundo piso, ascensor.
No hay porteros ni vecinos.
Adentro, cocktail y amor.
Otro ejemplo de un tango donde se nombra a la calle Corrientes es «Cachadora» de 1928, escrito por Francisco Lomuto:
La otra noche caminando por Corrientes
te enconstraste con el tano
que al principio te empilchó;
lo llamaste, pero el tano ya canchero,
por la biaba que le diste
se hizo humo entre el montón.
Tres décadas después, este mismo tema de la calle tanguera es retomado por el tango «Pucherito de gallina» de Roberto Medina.
Con veinte abriles me vine para el centro,
mi debut fue en Corrientes y Maipú;
del brazo de hombres jugados y con vento,
allí quise, quemar mi juventud…
Allí aprendí lo que es ser un calavera,
me enseñaron, que nunca hay que fallar.
Me hice una vida mistonga y sensiblera
y entre otras cosas, me daba por cantar.
Por su parte, el tango «Corrientes», de Jorge Curi y Angel F. Danesi, aquí en la voz de Gardel en una grabación de fines de 1926, menciona ese mundo de «milongas, calaveras y gente bien»
Pero esa calle Corrientes iba a cambiar para siempre a partir de 1936.
Con la llegada del siglo XX, como capital de una Argentina pujante, la «Gran Aldea» de Buenos Aires ya no daba para más. Había que hacer algo con sus estrechas calles coloniales. Y es así como en 1887, por ordenanza del intendente Torcuato de Alvear, se estableció la obligatoriedad de las ochavas sobre las nuevas edificaciones que se construyeran en las esquinas. Posteriormente, se construyó la Avenida de Mayo, inaugurada en 1894. Las calles Corrientes, Santa Fe, Córdoba, Independencia, y Belgrano esperaban su turno para ser ampliadas. Y se planeaba voltear varias manzanas para abrir la Avenida 9 de Julio.
Aunque -comentario al margen- si miramos esta foto de 1939 u hoy en día nos damos una vuelta por el centro en las horas pico, vemos que el problema nunca se resolvió completamente.
Volvamos, entonces, a la calle Corrientes: La semana pasada vimos que al construirse el Obelisco en 1936, ya era avenida hacia el oeste. Pero si ahora miramos esta otra foto, vemos que en dirección al Bajo -en el sector donde pasaba toda la movida tanguera- parecería que todavía era angosta. Pero, en realidad, eso es sólo en apariencia.
Si miramos «desde el otro lado», es decir desde Corrientes y Esmeralda hacia el Obelisco, vemos que el ensanche está ocurriendo simultáneamente con la construcción del Obelisco.
En esta otra imagen debida al gran fotógrafo Horacio Coppola, vemos que a fines de 1936, el ensanche de Corrientes hacia el este sólo alcanzaba una pocas cuadras.
En 1937, ese tramo ya estaba terminado.
Hay que admitir que mucha gente vivió el ensanche de la calle Corrientes como una tragedia. Y que tema puede ser más adecuado para un tango que una tragedia. Como en este de Ángel Gatti, en una interpretación de 1954.
¡Todo pasa en esta vida!
¡Te cambiaron Corrientes angosta!
Ya no sos la calle posta
donde un día supe andar…
La misma nostalgia se expresa en este tango de 1958, con música de Roberto Chanel y letra de Aldo Queirolo. La interpretación es de Alfredo Belusi con la orquesta de Osvaldo Pugliese,
Tan sólo ha sido un sueño, el que anoche yo he tenido
Y hoy veo entristecido, la cruda realidad.
Cerraron el “Marzoto”, el “Ruca”, el “Tibidabo”,
Al tango lo dejaron sin techo y sin hogar.
¡Corrientes bajo cero, qué fría está tu cuna!.
Cuando Gardel dejó Buenos Aires por última vez, sabía que el ensanche era sólo cuestión de tiempo, y que la calle Corrientes ya no iba a ser la misma. Pero, en mi opinión, no le molestaba. En el tango «Anclao en París» de 1931, con letra de Enrique Cadícamo y música de Guillermo Barbieri, decía lo siguiente:
¡Cómo habrá cambiado tu calle Corrientes..!
¡Suipacha, Esmeralda, tu mismo arrabal..!
Alguien me ha contado que estás floreciente
y un juego de calles se da en diagonal…
Pero el tango termina, de manera premonitoria, con los siguientes versos:
¡Quién sabe una noche me encane la muerte
y, chau Buenos Aires, no te vuelva a ver!