Tangos para Agus

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Discepolín

Enrique Santos Discépolo nació el 27 de marzo de 1901 en Balvanera. Años más tarde diría que…

“… de mi infancia conservo pocos recuerdos. Mejor dicho, procuro no conservarlos. Tuve una infancia triste. Yo nunca pude decir aquello de ‘cachurra monta la burra’ ni hallé atracción alguna en jugar a las bolitas o a cualquiera de los demás juegos infantiles. Vivía aislado y taciturno. Por desgracia, no era sin motivo. A los 5 años me quedé huérfano de padre y, antes de cumplir los 9, perdí a mi madre. Entonces mi timidez se volvió miedo y mi tristeza desventura. Recuerdo que entre los útiles del colegio tenía un pequeño globo terráqueo. Lo cubrí con un paño negro y no volví a destaparlo. Me parecía que el mundo debía quedar así para siempre, vestido de luto.”

Pujol, Sergio. Discépolo. Una biografía argentina. Buenos Aires. Planeta. 2017

Primero bajo el cuidado de unos tíos, y luego con su hermano Armando, 14 años mayor que él, Enrique vivió una infancia muy dura y sin cariño.

Vale aquí dedicar algunas palabras a Armando Discépolo, quien, en su propio derecho, es uno de los más grandes autores del Teatro Argentino. Con su obra más conocida, Mateo, creó el género dramático del «Grotesco Criollo«.

Armando Discépolo (1887 – 1971)

Fue natural que, siguiendo los pasos de su hermano mayor, Enrique comenzara una vida en el teatro, como actor y escritor. Con sólo 17 años, escribió «Los duendes» (1918, actualmente perdida, en colaboración con Mario Folco). Luego siguieron «El señor cura» (1920, en colaboración con Miguel Gómez Bao), «Dia feriado» (1920) y, muy especialmente, «El hombre solo» (estrenado por la compañía Vargas-Fernández, el 13 de julio de 1921, en el Teatro Olimpo de Rosario).

El argumento de esta pieza teatral está relacionado con el tango «Confesión» (1930), cuya letra escribió en colaboración con Luis César Amadori, y que fue estrenada por su pareja, la española Ana Luciano Divis, conocida como Tania, en el teatro Maipo, ese mismo año.

Pero nos hemos saltado una década… En 1923, Enrique actuó en «Mateo», la obra de su hermano, y en 1925 compuso la letra y la música de «Qué vachaché»

Ese mismo año ya había escrito la música de «Bizcochito», cuya letra es de José Antonio Saldía (1891 – 1946), quien le había enseñado a tocar la guitarra. Pero si lo más importante y único de los tangos de Discépolo es la letra, entonces es justo que se considere a «Que vachaché» como su «primer» tango.

Y en este tango ya adivinamos una característica de todas las obras de Discépolo. Me refiero al «grotesco», que él mismo definiría como «obras de forma cómica pero de fondo serio» o, mejor aún,

«La risa desencajada que provocan las desdichas de hombres devenidos en títeres del destino».

Pujol, Sergio (1996). Discépolo, una biografía argentina, Buenos Aires: Emecé. p. 79

Este es el mismo estilo de «Malevaje»,

de «Esta noche me emborracho»,

y de «Chorra»,

Estos tres tangos fueron escritos en el mismo año, 1928. En particular, Chorra fue estrenado el 4 de abril de 1928 en el Teatro Apolo, por el actor cómico Marcos Caplán como parte de la obra teatral «Las horas alegres»,

Al año siguiente, Discepolín, como ya le decían sus amigos, compuso «Yira, yira». Aquí el tono ya no es cómico, sino irónico y moralista, un presagio del famoso tango «Cambalache», que escribiría cinco años después.

Como todos los tangos que mencioné hasta ahora, «Yira, yira» también fue grabado por Gardel. En particular, es uno de los «videoclips» dirigidos en 1930 por Eduardo Morera, donde -de paso- podemos ver a Discépolo, en vivo,

En ese mismo año, Discépolo escribió el tango claramente expresionista «Soy una arlequín»,

¡Perdoname si fui bueno!
Si no sé más que sufrir.
Si he vivido entre las risas
por quererte redimir.
¡Cuánto dolor que hace reír!

En 1931 aparece un tango muy diferente a toda su producción, anterior y posterior. Se trata de su romántico y hermosamente sencillo «Sueños de juventud»,

En 1935 viajó a Europa; y de este viaje quiero destacar su visita a Palma de Mallorca. Según contó el mismo Discépolo años más tarde:

Mallorca es una isla que seguramente se le cayó a Dios de las alforjas. Porque aquello es maravilloso, el mar, el aire, el cielo limpísimo. Cuando llegamos a Mallorca era una fiesta de azahares, de perfumes, de verde tierno. Fue entonces que alguien nos recomendó visitar el monasterio de Valdemosa, donde vivieron sus atormentados amores George Sand y Federico Chopin. Salimos al atardecer de un día maravilloso. El monasterio está a regular distancia de Palma. Resolvimos hacer el viaje a pie, por senderos de piedra que van ascendiendo en la montaña. A poco de andar, la excursión se puso seria. Se acercó la noche y comenzamos a divisar allá a lo lejos las paredes del monasterio. Desnudas, tétricas, horribles. Acaso más horribles porque llevábamos los ojos cargados del paisaje verde que quedó atrás… La ascensión se hizo cada vez más difícil y pesada. Hasta que por fin entramos al monasterio. Yo tuve la impresión de introducirme en una tumba. Aquello era despiadadamente triste. Tal vez influyó en mi ánimo el recuerdo de aquel pobre músico que tuvo que confinar su enfermedad en ese apartado rincón de la isla… Recorrí entonces los corredores penumbrosos y húmedos. Y no pude dejar de pensar que por allí, arrastrando su tos, anduvo Chopin… Entré al cuarto que ocupó Chopin y aquello me produjo una impresión terrible. Penetré en esa habitación con una unción casi religiosa. Frente a su puerta, estaba el cementerio del convento …. Todo era descamado, sin alma… las paredes, los escasos muebles…

Pero allí estaba el piano, el pequeño piano. Hice jugar inconscientemente mis dedos sobre las teclas amarillentas y envejecidas. El piano, gracias a Dios, era lo único que tenía alma en aquel conjunto de cosas inanimadas. Yo creo en el alma de los instrumentos. Todos los instrumentos tienen alma. Allí, inmutable al tiempo, a la distancia, a todo, estaba el piano que utilizó Federico Chopin. Todo estaba muerto, menos el piano. El piano, cuyas notas, en aquel silencio impresionante, sonaban con algo de grito, de angustia, qué sé yo.. . Estaba nada menos que acariciando las teclas que antes que yo acariciaron las manos prodigiosas de Federico Chopin. Ello, aparte el silencio la noche entrando por los corredores del convento y el viento afuera, un viento desesperante, angustioso, crearon en mí un estado especial de ánimo que no puedo definir exactamente… De pie, esbocé siete o nueve compases de una canción que se me ocurrió angustiosa, desesperante, como ese viento que golpeaba los maderos de aquella celda. Apenas unos compases. Y una suerte de pudor contuvo mis dedos. Durante mucho tiempo olvidé el motivo de aquella canción. Y la canción nació después en Buenos Aires, pero bajo el motivo de aquellos siete u ocho compases que resonaron por primera vez en el monasterio de Valdemosa. La titulé «Canción desesperada», porque seguía pensando en aquel pobre músico torturado y enfermo, cuyas canciones son todas desesperadas. Porque yo no diría que las canciones de Chopin son inolvidables, sino que son desesperadas.

Instrumentos con alma (Enrique Santos Discépolo)

Bueno, Agus, si tuviste la paciencia de leer la cita anterior, ahora tendrás el contexto para entender la apasionada «Canción desesperada» (1945),

y, muy especialmente, estos versos,

¿Por qué
me enseñaron a amar,
si es volcar sin sentido
los sueños al mar?

Se está refiriendo a Chopin, y con este conocimiento le vas a poder pasar el trapo a varios tangueros de ley.

Dejamos para el final dos famosísimos tangos de tono nostálgico: «Uno» (1943),

.. y «Cafetín de Buenos Aires (1948)»,

https://youtu.be/Du2amc7epRU

Pero con este, su último tango, no terminamos con Discépolo. Hay mucho más para contar. Seguimos la próxima semana.

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