Tangos para Agus

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Rosendo Mendizábal

Su nombre completo era Anselmo Rosendo Cayetano Mendizábal. Había nacido el 21 de abril de 1868 en el seno de una adinerada y culta familia porteña de ascendencia afroargentina. Estudió música en un conservatorio. De entrada se hizo conocido como compositor de tangos, y por sus dotes de pianista. Una vez por mes tocaba para un exclusivo grupo de 40 amigos, conocido como el «Z Club». De hecho, uno de sus tangos lleva ese nombre,

Roberto Firpo: «Z Club» (Odeon 3528-A 12040, 15 de junio de 1946)

En aquella época fundacional del tango, no existían los derechos de autor. Así que era común que el músico homenajeara a alguien poniéndole su nombre a un tango, a cambio de alguna recompensa económica. Así tenemos los tangos, «Don Santiago», «Don Enrique» (referido al comisario Enrique Otamendi), «Don Horacio», y «Don José María», dedicado «al señor José M. Echenagucía»,

https://youtu.be/0JfixIa3Sjs
Carlos Di Sarli: «Don José María» (RCA-Victor 1A-0165 S3322, 1954).

También el tango podía llevar el nombre de, por ejemplo, un caballo de carrera, a cambio de una «donación» de su dueño. Así tenemos los tangos «Polilla», «Don Padilla» y «Reina de Saba»; este último dedicado «al señor Federico Sivosi».

Roberto Firpo: «Reina de Saba»

Y también, ¿por qué no?, se podía dedicar el tango al dueño de una casa editora, a cambio de la publicación de la partitura (que siempre firmaba como A. Rosendo). Por ejemplo, este tango fue dedicado al editor «Emilio E. Prélat».

Justamente, la casa Prelát publicó en 1897, su tango «El entrerriano».

Juan D’arienzo: El entrerriano (RCA-Victor 68-1642 2086, 29 de abril de 1954).

Hasta donde sé, «El entrerriano» fue el primer tango publicado y, sigue siendo uno de los tangos más famosos de todos los tiempos… y un favorito para el baile. Aquí va una versión «distinta» que no es, precisamente, para bailar.

Astor Piazzolla: El Entrerriano

Como otros tantos tangos de Rosendo Mendizábal, este también fue dedicado a algún amigo con dinero…

Existía una casa de baile que era conocida por «María la Vasca». […] El pianista oficial era Rosendo y allí fue donde por primera vez se tocó «El entrerriano». […] Al retirarnos lo saludé a Rosendo, de quien era amigo, y lo felicité por su tango inédito y sin nombre, y me dijo: «se lo voy a dedicar a usted, póngale nombre». Le agradecí pero no acepté; y debo decir la verdad: no lo acepté porque eso me iba a costar por lo menos cien pesos, al tener que retribuir la atención. Pero le sugerí la idea que se lo dedicase a Segovia, un muchacho que paseaba con nosotros, amigo también de Rosendo y admirador; así fue; Segovia aceptó el ofrecimiento de Rosendo. Y se le puso «El entrerriano» porque Segovia era oriundo de Entre Ríos.

Relato de José Guidobono, en «Las historias del tango: sus autores», de Héctor y Luis Bates (1936).

Ahora, ¿por qué alguien de la posición económica de Rosendo tenía que cobrar por sus tangos? Había heradado $ 300.000, que en moneda de hoy serían equivalente a unos 4 millones de dólares, y una casa en la actual calle Montevideo, frente a la plaza Vicente López, que, ya en aquel momento, era una de las zonas más exclusivas de Buenos Aires.

Se conserva una sola foto de él, a la edad de 24 años, muy elegante y a la moda,

Su vida pintaba bien pero, según parece, no tardo mucho en dilapidar su fortuna, y tuvo que mantenerse a flote dando clases particulares de música en casas pudientes, y actuando como pianista.

Se presentaba en prostíbulos de muy bajo nivel, y en otras «casas de baile» para gente de mejor posición social, como el «Tarana», posteriormente conocido como «Lo de Hansen», en Palermo. Otros lugares eran conocidas por el nombre o apodo de sus madames, como la ya mencionada «María la Vasca» (de María Rangolla, en la calle Europa, hoy Carlos Calvo, 2721), «La vieja Eustaquia», «La parda Adelina» o «La de Laura» (de Laura Monteserrat, en Paraguay casi esquina con Pueyrredón).

Tocaba «a la gorra». O sea que ganaba por las propinas que le dejaban los asistentes. Y con ese exiguo salario tenía que mantener una familia numerosa, de cuatro hijas y tres hijos.

Además, escribía la mayoría de sus tangos para la ocasión, y muchas de sus partituras manuscritas se perdieron para siempre. Y a pesar de haber sido el mejor pianista de la Guardia Vieja, nunca grabó ningún tema.

Pero ese tren de vida, con largas y constantes trasnochadas en locales nocturnos, no era muy sano que digamos; y como tantos otros tangueros después de él, su salud de fue resintiendo. Murió en la miseria, postrado desde hacía mucho tiempo y casi ciego. Su partida de defunción, fechada el 19 de julio de 1913, indica

«Ayer á las ocho y treinta de la noche en San Salvador mil setecientos trece falleció Rosendo Mendizábal de uremia. Edad cuarenta y cinco años, músico»

Si se comparan sus tangos con los de sus contemporáneos, se advierte una gran modernidad. Creo que merecen ser revalorizados, con nuevos arreglos y por nuevos intérpretes.

«A la luz de los faroles», interpretado por Alexej Barchevitch, en violín, y Jens Goldhardt en el órgano de la Margarethenkirche de Gotha

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